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divendres, 26 de gener del 2007

“Don Juan García”


Me llamo Juan García.
Llevo mucho encerrado en esta celda y el tiempo pasa lentamente. Así que como los días son muy largos, recuerdo cosas de mi vida. Casi siempre sin interrupciones. A no ser que se rompa la litera encima de la cabeza de mi compañero. Como le pasó al primero. Pobre hombre. Guardé su dentadura en un tarro y enciendo cada día una vela por él. Al último que tuve, mientras abría unas nueces y las compartíamos, empezó a ponerse azul y a hacer aspavientos. Se echó las manos al cuello y finalmente cayó desplomado en el suelo. Dejó viuda y tres hijos. Mi vecina también era viuda y muy supersticiosa. Un día estábamos hablando en el portal y saqué la escalera que estaba apoyada a la pared por que ella no quería pasar por debajo. El operario de la compañía de la luz tras emitir un grito, cayó al suelo y no le quedó ni un hueso entero. Y es que la electricidad es muy peligrosa! En otra ocasión, celebrando en el bar que mi equipo había ganado, descorché una botella de sidra “El gaitero”, con tan mala suerte que dio al estante donde estaba la televisión. El aparato explotó encima de un matrimonio que comía cacahuetes. Y es que con la comida se debe ir con cuidado. En una fiesta de la fábrica donde trabajaba, se intoxicaron por comer mayonesa en mal estado. Fue cuando me nombraron gerente. De hecho era gerente, secretario y mozo de almacén, porque de los cuarenta y cuatro de la plantilla, fui al único que no ingresaron en el hospital. Con tanto estrés fue normal que se quemara la fábrica. O eso fue lo que me dijo el doctor antes de coger la baja, por no sé que enfermedad tropical. Fue un caso muy raro, porque el pobre doctor sólo había ido a Cuenca en toda su vida. Cuenca. De Cuenca era Don Luís, “el momia”. Me alquiló una habitación y habíamos hecho muchas migas. Un día me invitó a comer a su casa. Estaba salteando unos espárragos en la sartén para hacer una tortilla. Mientras, sacó un cigarrillo del paquete arrugado y lo sostuvo en los labios. En el momento que lo acercó al fuego, el aceite de la sartén ardió y una gran llamarada quemó su cara. Yo no me hice nada. En casa me felicitan por mi suerte. Incluso ahora tengo una celda para mi solo. Y es que tengo un no sé qué. Quizás sea un don.