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diumenge, 11 de febrer del 2007

Furóncol


La carn va començar a inflar-se a l’entrecuix, formant un petit i molest puig. El seu color va anar enrogint, fins a sorprendre amb tonalitats morades. El turó despuntà amb un cim quasi bé blanc. Rosegades de dolor. En poc temps, el turó va ser muntanya i la muntanya va ser volcà. El cràter es va obrir en un estrip silenciós i formant marees, llençà les immundícies del passat.
Foto de Antonio Mas

"Espejismos" (fragmento) - Jeanette Winterson


Evalué mis opciones.

Podía quedarme y sentirme desdichada y humillada.

Podía irme y sentirme desdichada y digna.

Podía suplicarle que volviera a tocarme.

Podía vivir de la esperanza y morir de amargura.

Reuní algunos bártulos y me fui. No fue fácil: también era mi hogar.

"Matar a Platón" (fragmento) Chantal Maillard

Cada noche, en la duración de un grito
viene una sombra nueva.

Cada noche, en la duración de un grito,
un alma acude a mi.
La acojo.
En el grito.
Ella no dura. Sólo se abre.
Y hay que entrar. Suavizar.
No hay que recordar.
Tan sólo entrar.
Respirando.-
(És per a tu. Per tot allò que ens va unir.)

Huida de esperanza

"Pasan despacio
nadie los mira
hijos de la angustia
grita el silencio.
Ojos vigilantes
rechazan el olvido.
Mujeres y pateras
arrancan vidas,
raíces de cristal.
Azul el lamento.
Cartón en las cabezas
vergüenza y alcohol.
Viaje sin destino
pesadillas
sueños que se invierten.
Plato con fondo
anciano en la chabola
cielo de uralita.
Alambrada y sangre
caras sin rostro

Campo de cruces."

Lecciones

"Escribió en mayúsculas su nombre en la arena. Las olas se deslizaron por encima de las letras y el nombre desapareció. La “e” aún flotaba entre la espuma, cuando el niño se metió en el mar dispuesto a rescatarla. Su padre lo sacó del agua y con una pequeña navaja escribió, otra vez, su nombre en una roca."

El fondo

Podía haber sido una bonita mañana. Estaban sentados en la cocina sin dirigirse la palabra, mientras en la radio dos expertos hablaban sobre el cambio climático. Había desayunado tostadas con mantequilla y mermelada. Mermelada sin azúcar. Había que cuidarse. La mujer se levantó y puso la olla con agua en la cocina de inducción. Miró a su mujer por encima del periódico. Hacía días que estaba distante. Enfadada. No se lo había dicho, pero él lo sabía. Ella puso la taza, la cucharilla y el platito en el lavaplatos y desapareció de la cocina. Él se miró la mano, detenidamente, para centrarse en las uñas demasiado largas. Repiqueteó sobre la mesa una melodía. Ella entró de nuevo en la cocina para coger el cesto. Ni lo miró. No entendía qué le pasaba a su mujer. Aquel malhumor hacía mucho que duraba. Quizás unos días. O meses. Se escuchó:

- vigila la olla!

Y la puerta se cerró, mientras él respondía:

- yo la miro!

Se tiró en el sofá. Cogió el mando a distancia e hizo zapping distraídamente. En la tele, unas alubias dentro de una sartén, un gato caminaba sobre unos mosaicos brillosos. Ellos habían tenido un gato hasta que se escapó. Fue por semana santa y todavía esperaban a que volviera en cualquier momento. Más tarde, alguien habló de los dientes, de prestar dinero, de rejuvenecer, de limpiar la vajilla. No había recogido la mesa y ella se molestaría. Últimamente se molestaba por todo. Preguntaría en la farmacia por la crema antiarrugas.
Se volvió a abrir la puerta. Escuchó unos pasos y un grito. Se levantó de un salto y fue hasta la puerta de la cocina. Ella estaba sentada en una silla. Con las manos, se tapaba los ojos y sollozaba. Había una oscura niebla y olía ha quemado. Él conectó el extractor y abrió la ventana. Se acercó a la olla. Una masa indescriptible se había adherido para siempre en el fondo.
Fue el día que ella se fue y la pasta se arruinó.