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dilluns, 9 d’abril del 2012

S'ha acabat



Has dit "s’ha acabat" sense aixecar la veu. Com si diguessis que marxes a la feina o que s’ha de comprar pa. La teva cara una màscara sense gest. Eres al costat de la porta amb les maletes llestes i jo, no podia deixar de fixar-me en la teva camisa rebregada, en com es bellugaven les claus que penjaven de la teva ma. Has dit s’ha acabat, mentre jo pensava que havia de recollir l’abric de la tintoreria i que mai ens havíem estimat.

26/09/2010

El tren bordea la costa
maleta azul,
ovillo de libros
y la ropa sucia.

La cabeza apoyada  en el cristal
sonrisa en la boca
la pereza en los pies
traqueteo
mano, ombligo,
palabras

El tren siega los campos
los ojos cerrados
nostalgia en los tobillos
y en el suelo una mancha

El tren corta las nubes
estalla la prisa
aliso el billete de vuelta
traqueteo
labios, espalda,
deseo

Y por eso he tirado el café...

Hemos quedado a las diez y empieza a llover. He fumado mucho y sólo me queda una cerilla. Estoy frente al café, es casi la hora y no me atrevo entrar. Estoy nerviosa y no tengo porqué. Eso creo. Tiene pareja. He quedado con él porqué es amigo de una amiga. Nos hemos visto en varias cenas y un par de fiestas. Habrá reservado mesa en un restaurante pequeño y según vaya la noche, iremos a tomar una copa. O dos. O quizás sólo tomemos un café y se vaya corriendo a casa. Le esperan. Entro a las diez en punto, ni antes ni después. No quiero que me vea ansiosa ni despreocupada. Quiero desprender un tono amical, fresco, desenfadado. Por eso, hoy no me he puesto el perfume. Cuando me ha visto, enseguida se ha levantado y me ha hecho un gesto con la mano para que me acercara. Cuando llego frente a él nos besamos en las mejillas. Él lo ha hecho lentamente, a una velocidad por debajo de lo que se espera en un encuentro de ésta índole, y ha comentado con aire distraído algo sobre que he cambiado de perfume. Como yo no quiero tomar nada, él suelta unas monedas en la mesa y salimos hacia el restaurante. El suelo todavía está mojado. Con la excusa de no resbalar, me coge del brazo y caminamos muy pegados. Ha pedido la comida por los dos. He preferido que fuera él quien lo hiciera. No sé francés y no quiero hacer el ridículo. Hablamos. Me siento a gusto y el tiempo pasa volando. Él ríe todas mis gracias y me hace sentir como una princesa, porque su reina, espera en casa. Ha alargado la mano, con el pretexto de tomar el encendedor, justo en el momento que yo lo hacía. A penas me ha rozado, he apartado rápidamente la mano. Le he mirado a los ojos y he sentido que algo estaba apunto de romperse. ¿Nos estamos enamorando? Y por eso he tirado el café. De un manotazo. Ha caído encima de sus pantalones. Con torpeza, le he repetido que lo sentía y él ha perdido de la cara la mueca de triunfador. No he podido soportarlo. ¿Qué pinto aquí? Yo he sido reina. Lo he sido hasta hace cuatro meses y cuatro días. Hasta que el hombre con el que convivía me dijo que se había enamorado de la amiga de un amigo.
Por eso, cuando esperaba frente a la puerta del café a que fueran las diez, quería ser una chica mala. Estoy harta de querer agradar a todo el mundo. De hacer lo que esperan de mí. De comportarme como me han enseñado. De ser políticamente correcta. De no poder desear a la pareja del prójimo. Harta! Por eso, he gastado la última cerilla. Quería hacer mi entrada triunfal, sacando humo, como una dragona dispuesta a la lucha. Me he ido directa hacia él, dejando el rastro escandaloso del perfume en el aire. Contoneándome, me ha acercado como un tren a punto de descarrilar y he dejado que me abrace mientras le he besado en la comisura de los labios. Y he bebido despacio de su copa, mientras le miraba a los ojos y le sonreía. Sentada frente a él, le he dicho que estoy preparada, que he tirado la corona, que ya no soy la reina de mi casa. Dejo que él me observe y me devore y que vayamos a mi casa sin pasar por el restaurante. Sin tomar una copa. O dos.
Llueve. Hemos quedado a las diez y estoy frente al café. No llevo paraguas. Se ha mojado el fósforo de la última cerilla y mantengo el cigarrillo en los labios. Una voz me pregunta perdona, tienes hora? Miro el reloj en la muñeca. Aparto el cigarrillo de los labios, no sin arrancarme una pielecita y soltar un joder, para responderle que son las once menos cuarto. Me ofrece lumbre y acepto, mientras miro mis zapatos mojados. ¿Quieres…? Y le respondo que sí antes que termine la frase, antes que deje de llover.
Eva

Febrer 08