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divendres, 4 de maig del 2007

Andrés nadando

Veo a Andrés nadando. Nadando, como si quisiera salir de los infiernos. No dejará de nadar hasta que se encuentre a sí mismo. Le miro, desde la distancia, apoyada en el alféizar de la ventana. Observo sus idas y venidas en la piscina. El agua turquesa parece envolverle. La espuma a sus pies deja una estela de burbujas. Cuando llega al extremo más lejano, da una voltereta y veo por un momento su bañador rojo. Mientras Andrés sigue nadando miro de reojo hacia el cielo. Las nubes van deshilachándose y el día se aclara. Siento un vacío que es parecido a lo que soy, a cómo me siento. Andrés parece de cristal, transparente, de agua. En cada largo de la piscina lo siento más lejano, cada día nos separa más. No sé que parte de él es agua o que parte de agua es Andrés. Bajo al jardín y me aproximo a la piscina. Se desliza en el agua como si resbalara sobre ella y apenas rompe el silencio. En el cielo quedan unas líneas desdibujadas. Me siento en el borde y sumerjo los pies en el agua para sentirme más cerca de él. El sol calienta mi piel pero los pies están congelados. El agua asciende por mis piernas. A través del agua me invade. Cierro los ojos y en el silencio dejo fluir por mi cuerpo cada una de las gotas, cada una de las caricias de Andrés. El agua recorre mi cuerpo y se esconde en los pliegues más lejanos. Como un líquido viscoso se pega a mí junto a las imágenes de un mundo que se insinúa lejano. Despacio, recorro con la mano las baldosas húmedas y descubro que no son lisas sino que tienen la textura de su piel. Me detengo en los huecos de sus poros y me estremezco. Brilla el sol y siento frío. La piel se cubre de escamas azules y mi reflejo se ha perdido en la piscina. Las hojas secas cubren el fondo y se mezclan con gotas de agua corrompida. Cadáveres de mosquitos secándose al sol. El moho ha borrado el color de los azulejos. La piscina está vacía. La distancia entre nosotros es insalvable y Andrés ha dejado de nadar.