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dilluns, 5 de maig del 2008

Cadaqués 1970

Las ocho personas permanecían sentadas frente a la mesa ovalada. La mesa, metálica y de cristal opaco, era la típica mesa de diseño que la mayoría de señoras de la limpieza no pueden soportar ya que no hay manera de mantenerla limpia. Armando era una de esas ocho personas y parecía absorto en el tema de la reunión. Las otras siete estaban al borde de un colapso nervioso mientras se preguntaban cuándo iba a dejar de repiquetear con la pluma. El hombre de más edad, recitaba cifras y más cifras con cantinela y sin nada de entusiasmo. Armando las contaba. Una de las mujeres, una ejecutiva que venía de la sede de Hong Kong, resoplaba disimuladamente mientras notaba que una gota de sudor bajaba entre sus pequeños pechos. Armando la miraba con asco. El hombre fornido sentado frente a ella, mordisqueaba nervioso el bolígrafo de plata mientras imaginaba cómo sería tener en encuentro furtivo con la mujer oriental. El de la cara enjuta lanzaba fugaces miradas a Armando y a su pluma, pero a él no le importaba. La secretaría que no era rubia, observaba sus uñas pintadas de rojo “extremo” y parecía no darse cuenta de las miradas de insinuación del hombre con la cara grabada por la viruela. La mujer del moño, pensaba en cuánto tiempo hacia que no tenía amante. El despacho era rectangular y muy espacioso. Uno de los lados daba a una inmensa cristalera por donde se divisaba una vista fantástica del barrio de negocios de la ciudad. Por otro de los lados, por una majestuosa puerta de madera maciza, se accedía a la sala. En la pared de enfrente había un par de puertas con los aseos, uno para hombre y otro para mujeres. Pero la mejor de las paredes era la opuesta a la calle. Allí permanecían colgadas verdaderas obras de arte, sueños de coleccionistas, joyas de la pintura. En definitiva, una fortuna en papel enmarcado. Armando parecía tener la mirada perdida en una de motivos marinos. El hombre fornido pensó que nunca se había fijado en cómo el artista jugaba con las sombras. La mujer del moño parecía sorprendida al no haberse dado cuenta en cómo en el paisaje, la tonalidad azul del mar era casi pareja a la de los ojos marrones de Armando. El hombre de más edad recitaba las cifras despacio mientras intentaba recordar de qué playa se trataba al ver la fecha: 1970.
Armando no podía soportar un cuadro torcido. Cada semana al finalizar la reunión esperaba a que todos recogieron sus cosas y se acercaba lento para que quedara colgado correctamente. Le dolían las mandíbulas de permanecer casi dos horas apretándolas. No había servido cargarse a la señora de la limpieza. Las que vinieron más tarde eran igual de descuidadas. En el lavamanos dejaban siempre aquel pelo en caracolillo o el rollo de papel higiénico casi por terminar. El cuarto de baño no parecía estar nunca limpio y Armando no podía soportarlo. Ni a las personas con las que debía reunirse cada mes. El hombre de la cara grabada por la viruela, como en cada reunión, había estado transpirando y no había dejado de babear mirando a la estúpida de la secretaria. La misma que dejaba el hueso de las aceitunas en la mesa. O qué decir con el olor a rancio que despedía la mujer del moño que no dejaba de observarlo. Se preguntaba mientras ponía bien el cuadro, qué hacia allí y cómo podía soportar seguir trabajando con ese tipo de personas. Claro, si se cargaba a uno más empezaría a ser sospechoso y sobre todo poco limpio.

3 comentaris:

Kamal ha dit...

Ho veus, aquest relat es magnific.!
Ets molt bona escrivint, de debò!

Molts petons! ;-)

Striper ha dit...

M'ha encantat el teu post mes que llegir-ho m'ha semblat veure un video molt ben descrit inclus he sentit l'olor a ranci.

Eva ha dit...

Gràcies a tots dos!!