¡Menuda decepción! Tanto hablar de la fiesta del paso de Gibraltar y ha sido un fiasco. Tenía que empezar a las ocho y media. Aunque ya se sabe que puntual, lo que se dice puntual, una fiesta normalmente no empieza nunca. Ésta ha empezado pasadas las diez. Así que lo primero que deberían hacer mañana en el “Diario del desborde” es pedir disculpas por la tardanza y por su predicción del tiempo. Cielo nuboso y viento del este suave, no es como describiría la tormenta que hemos cruzado con olas de siete metros. Y así se lo he comentado a un tal Joaquín Arias que medio escondido para que su familia no le viera, lloraba en el salón azul de proa. Sujetaba una flor natural y parecía que pasaba el rosario, recitando poesía, una tras otra. El Capitán, los oficiales, y todos los de traje han brillado por su ausencia. Sólo cinco o seis camareros que creo que habían consumido medio bar para poder aguantar el suave viento del este que sacudía el barco como si se tratara de una coctelera. El pequeño grupo que aguantábamos en el bar del salón azul, resistíamos esa triste brisa, con la ilusión de ver las luces del Faro de Gibraltar que aunque en el Diario anunciaba a medianoche, podía ser que se adelantara. Un tal Benito Alonso nos ha aconsejado que no nos moviéramos porque era visto y no visto eso de ver las luces. Nos ha comentado que cuando vivió en América conoció a varias personas que habían hecho el viaje y por un motivo u otro no habían llegado a ver el faro de la discordia y que se le antojaba un objetivo a conseguir. La esposa y la hija de Joaquín Arias estaban blancas, como el papel de pergamino en el que todos hemos firmado al mediodía para no sé qué acto que se celebrará mañana junto al día del Disfraz. A mí nunca me ha gustado disfrazarme. Pero antes de pensar en la muerte, en que me ahogaba o en que si no me ahogaba, mataría al redactor del jodido Diario, he estado decidiendo de qué me disfrazaría si tuviera que hacerlo. Hace un rato, ahora que ya he visto el faro de Gibraltar, un faro que no destacaría entre mil, he bajado al salón principal y entre el desconcierto que todavía existía después de la tormenta, he tomado prestada la cubertería de plata. Mañana en la fiesta de disfraces, seré el lanzador de cuchillos y en la diana tomaré como voluntario al que ha escrito el Diario. Espero tener la misma precisión con los cuchillos que él con sus predicciones del tiempo.
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