Pensé en escribir una carta cada día. Compraría un papel bonito con un sobre a juego y la perfumaría con agua de romero antes de mandarla. Iría hasta la oficina de correos del pueblo con la bicicleta azul de mi primo Álvaro. Podrían ser cuatro líneas, esforzándome en hacer una letra bonita como la de Dña. Julia la maestra. Pero, qué escribiría? Escribir que el sol, en invierno, es hermoso o que la nieve había pintado de blanco las cumbres, el paisaje, su ausencia. Pensé en escribir cada día, para contarle que echaba de menos la delicadeza con la que recogía los tomates, el aroma del trigo en su pelo, la forma en que acariciaba los caballos. Escribiría para explicar qué sueño había tenido esa noche o que Blanquita tendría cachorros. Podría relatarle cómo había sido la tormenta de la noche anterior o que se había roto el techo del cobertizo. Pensé que nada haría que regresara. No había vuelta atrás. Sólo me quedaban los recuerdos y un pasado emborronado. Como las letras que escribí en el papel de carta. La que perfumé con agua de romero.
27/10/2010
27/10/2010
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